El realismo mágico no es lo mío. Ni tan solo la prosa, ni tan solo el verbo florido, pero aún así vamos a ver como explico esta historia. a la que pueden seguir tantas como queráis. A ver si soy capaz de trasmitir el ambiente, la atmosfera. La magia ya doy por descontado que no.
Yo vivo en una pequeña ciudad en el centro de Catalunya. Vivir quizás sea excesivo, mejor dicho, llevo mas de 20 años durmiendo en esta ciudad. La conozco poco. Conozco poco a sus gentes. Soy un forastero mas. Muy poca gente me extrañara el dia en que de alguna forma me mude, me cambie de barrio....
Vivo en una ciudad milenaria. o sea, que tenemos murallas, barrios antiguos, mas o menos destrozados por las guerras, como en media Europa. Pero en mi ciudad, justo en un rincón de la muralla, a los arquitectos de turno, se les ocurrió hacer una plaza de piedra blanca, al pie de una muralla blanca. Que puede que en Escandinavia este bien, pero que aquí no hay Dios que lo soporte en verano. La luz refleja, la luz deslumbra, la luz asfixia, la luz mata las acacias que plantaron hace 20 años i que sobreviven aquejadas de enanismo. O quizás no sea la luz. Tal vez sean los huesos de los muertos enterrados bajo esa plaza, los siglos de muertos, la eternidad de los muertos los se apropian de la sombra escasa de los arboles. Los que tiran de ella para abajo y la, los impiden crecer. Sea como sea. Parece que nada viva sobre esas piedras. Ni nada pueda sobrevivir demasiado tiempo a su tristeza ósea, a su color oseo, a su calor que de tan frio quema el animo.
Pero entre el pescatero que me vende los mejores pescados y el frutero que me vende las mejores frutas y verduras de mi rincón de mundo (y de parte del extranjero) esta situada, como por accidente esta maldita plaza. Que siempre se cruza apresuradamente, sin mirar, casi conteniendo la respiración para no abrasarse los pulmones o para no helarse la mirada. Por que en invierno el frio puede ser Persona Importante y las piedras transformarse en placas de hielo traicioneras. Pero este cuento no va de los muertos que fueron antes. Va de los que seremos después.
Un dia de primavera, cuando el reflejo de la luz era amable, cruzando la pequeña plaza, descubrí que el segundo sábado de cada mes (aquí hay que llevar las cuentas, marcar el calendario casi como una embarazada para acordarse) hay mercado de antigüedades. Un mercado pequeño, pobre como las acacias, escaso como la placidez que evoca el paisaje urbano...Podríamos decir que una mierda y no andaríamos muy lejos de la realidad.
Ese dia, en esa plaza, en ese mercado, descubrí que alguien venda discos de vinilo. Así que me entretuve entre merluzas i tomates (justo en medio) i me estuve revolviendo un par de cajas de discos, mas que antiguos, viejos. Compre algunas cosas. Me costaron 1 euro. Discos rusos. compre mas de los que debía. Confieso que los los conciertos de balalaika no son mi fuerte...pero la debilidad...
El mes siguiente, el segundo sábado, marcado en rosa en mi calendario, volví a la maldita plaza. I entre mas atunes i lechugas descubrí que no había mercadillo de miseria, porque ese dia había obras.
Bien, avanzamos al mes siguiente. Mes de junio. primera ola de calor, temperaturas de mas de 35 grados a la sombra, I al sol en esa jodida plaza, no lo quiero ni imaginar, pese a que estuve allí.
En el peor rincón de la plaza veo una pareja de ancianos que han montado su puesto de cacharros. Un puesto grande, al sol, al reflejo del sol, al calor del reflejo sumado al del sol. I sin nada que les cubra que les regale un poco de sombra. Ni acacias moribundas ni parasol destartalado. Nada, solo el sol i su reflejo.
Busco en las cajas, miro i remiro. I repaso lo que he escrutado minutos antes. I una anciana me cuenta algo que no entiendo, juraria que se cree mi tia o algo parecido, aunque no entiendo nada. Aparto una docena de discos. Pregunto que que le debo. Ah! no. Ella solo me sabe decir que hacia mucho tiempo que no le compraba nada (de hecho yo no sabia ni de su existencia), i que esos discos valían mucho dinero por que les había pasado algo muchas veces. Aunque no fue capaz de descifrar ni para si misma que es lo que les había pasado tantas veces como para volverlos valiosos. Llamó a su marido porque se dio cuenta de que estaba en un bucle. I a gritos, porque su marido es sordo, sordo como los huesos que habitan debajo de las piedras de la plaza, le dijo que eso valia mucho por que, bueno por alguna cosa secreta que solo ella entiende, quizás porque ella entiende las palabras de los huesos que habitan bajo sus pasos.
Su marido me dijo que me los vendía a 50 pesetas cada uno. Así que yo interprete que a 50 ct i les pague 6 euros. Eso transformado en pesetas, son 1000. Es decir, casi el doble de lo que me habían pedido. I de esto se dieron cuenta. Que alegria tuvieron!!!! Una vez hube pagado, los reñí por las condiciones en las que estaban, con el sol inclemente, con el calor asfixiante....
Nada, que no hubo forma. El volvió a estar sordo como los huesos de etc, etc, i ella con un alzhéimer galopante que le esta dejando los recuerdos i la consciencia como la sombra escasa de las acacias. Delgada, raquítica, pero selectiva.
Continuara....
No me perdí ni un párrafo Jordi. Gracias.
¡Qué alucinante narración! Es como escuchar jazz… 😍
¡Qué talento tienes para el relato Jordi! Espero ansiosamente la tercera parte.